En un mundo donde todo parece cambiar, donde las promesas humanas a veces se rompen y las personas pueden decepcionarnos, hay una verdad eterna que sostiene nuestra fe: el amor de Dios nunca falla. Su amor no depende de nuestras circunstancias, de nuestros logros ni de nuestros errores; es un amor incondicional, firme y eterno.
La Biblia lo declara con claridad en 1 Corintios 13:8:
“El amor nunca deja de ser.”
El amor de Dios no tiene fin, no se agota, no se desvanece. A diferencia del amor humano, que muchas veces es limitado, el amor de Dios es perfecto y permanece para siempre.
Un amor que permanece en medio de la prueba
En la vida enfrentamos dificultades, pérdidas y momentos de dolor que nos hacen preguntarnos: ¿Dios realmente me ama? Pero la Palabra nos recuerda que aun en medio de las pruebas, su amor sigue siendo fiel.
En Romanos 8:38-39, el apóstol Pablo nos da una verdad que llena de esperanza:
“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.”
Nada puede alejarnos de ese amor. Ni las caídas, ni los fracasos, ni los temores. Dios permanece a nuestro lado aun cuando nosotros mismos nos sentimos débiles.
El amor de Dios es incondicional
El ser humano muchas veces ama con condiciones: amamos cuando nos conviene, cuando todo está bien, cuando recibimos algo a cambio. Pero Dios nos enseña un amor diferente, un amor que nos alcanza tal como somos.
En Jeremías 31:3 Él mismo nos dice:
“Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia.”
Ese amor eterno es la base de nuestra esperanza. Dios no nos ama porque seamos perfectos, nos ama porque Él es amor (1 Juan 4:8).
Una invitación a confiar
Recordar que el amor de Dios nunca falla debe movernos a confiar en Él con todo nuestro corazón. Aunque el futuro sea incierto, aunque las puertas parezcan cerrarse, el amor de Dios abre caminos donde no los hay.
Jesús mismo lo demostró entregando su vida en la cruz. Juan 3:16 resume la mayor prueba de ese amor:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”
Reflexión final
El amor de Dios es el ancla que sostiene nuestra vida. Es un amor que nos sana, nos restaura y nos levanta cuando todo parece perdido. Hoy puedes descansar en la seguridad de que, sin importar lo que enfrentes, el amor de Dios nunca falla.
Que esta verdad no solo llene tu mente, sino también tu corazón, y que te impulse a vivir confiando en Él y compartiendo ese amor con los demás.