La santidad y la obediencia: el camino para agradar a Dios

Uno de los mayores engaños de nuestro tiempo es pensar que se puede agradar a Dios sin obedecerle. Muchos dicen: “Dios conoce mi corazón”, pero se olvidan de que lo que hay en el corazón se refleja en la obediencia.

Jesús fue claro:

“Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15).

La obediencia no es una opción, es la respuesta obligada al Dios Santo. Y sin ella, es imposible agradarle.


1. La obediencia como fundamento de la fe verdadera

El escritor a los Hebreos declaró:

“Sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6).

Pero ¿qué es la fe genuina? La fe verdadera siempre conduce a obediencia. Abraham es llamado el “padre de la fe”, no porque solo creyó, sino porque obedeció sin cuestionar:

“Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba” (Hebreos 11:8).

La fe que agrada a Dios no se queda en palabras, se traduce en obediencia concreta.


2. La obediencia es mejor que cualquier sacrificio religioso

Saúl creyó que podía compensar su desobediencia ofreciendo sacrificios. Pero Samuel le respondió:

“Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación” (1 Samuel 15:22-23).

Esto nos enseña que la desobediencia es idolatría, porque pone nuestra voluntad por encima de la de Dios. Ningún sacrificio puede reemplazar la obediencia sincera.


3. El camino de la obediencia: cómo agradar a Dios en lo práctico

a) Escuchar y obedecer su Palabra

Dios no se agrada de quienes oyen su Palabra y no la practican.

“Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Santiago 1:22).

La obediencia comienza con escuchar con humildad y poner en práctica lo que Dios dice.

b) Negar la carne y nuestros propios deseos

El Señor Jesús nos enseñó:

“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día, y sígame” (Lucas 9:23).

Seguir a Cristo implica renunciar a lo que yo quiero, para hacer lo que Él quiere.

c) Apartarse del pecado y buscar santidad

No podemos agradar a Dios si vivimos en desobediencia. La Palabra declara:

“Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14).

La santidad no es solo para el culto, sino para toda nuestra manera de vivir (1 Pedro 1:15).

d) Obedecer aunque no entendamos

A veces Dios pide cosas que parecen ilógicas, pero nuestra respuesta debe ser como la de Pedro:

“En tu palabra echaré la red” (Lucas 5:5).

La obediencia no depende de nuestra lógica, sino de nuestra confianza en Dios.


4. El ejemplo supremo: Cristo, obediente hasta la muerte

Jesús es el modelo perfecto de obediencia. El apóstol Pablo escribió:

“Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8).

Por esa obediencia, hoy tenemos salvación. Si Cristo obedeció hasta entregar su vida, ¿cómo podríamos nosotros justificarnos para no obedecer en lo cotidiano?


5. La obediencia trae bendición, la desobediencia trae juicio

Dios lo dejó claro al pueblo de Israel:

“Acontecerá que si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos… vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán” (Deuteronomio 28:1-2).

Pero también advirtió:

“Pero acontecerá, si no oyeres la voz de Jehová tu Dios… vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te alcanzarán” (Deuteronomio 28:15).

El mismo principio se aplica hoy: obedecer abre las puertas de la bendición, desobedecer atrae consecuencias.


6. El peligro de un cristianismo superficial

Jesús advirtió:

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21).

Muchos se conforman con apariencia: cantan, oran, sirven, pero no obedecen. La obediencia es la señal que distingue a los verdaderos hijos de Dios de los que solo aparentan serlo.


Reflexión final

Agradar a Dios no depende de emociones ni de apariencias, sino de obedecer su Palabra con un corazón sincero. La santidad y la obediencia son inseparables: sin ellas, no podemos caminar con el Dios Santo.

El llamado es claro:

“Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1 Tesalonicenses 4:3).

Hoy debemos preguntarnos:

  • ¿Estoy obedeciendo lo que Dios ya me habló?
  • ¿Vivo en santidad en toda mi manera de vivir, o solo en apariencia delante de otros?
  • ¿Busco agradar a Dios, o agradar al mundo y a mí mismo?

El único camino para agradar a Dios es rendirnos completamente a Él, obedeciendo en todo, aunque nos cueste.

Que nuestra oración sea como la del salmista:

“Enséñame, oh Jehová, tu camino; caminaré yo en tu verdad; afirma mi corazón para que tema tu nombre” (Salmos 86:11).